Quizás nunca tanto como hoy, es necesario referirse a la difícil situación que están atravesando niños, adolescentes y jóvenes de casi todas las sociedades y la profunda crisis de valores que acompaña su crecimiento, de la cual uno de sus emergentes principales es la violencia. Es cierto que los procesos de cambio son parte del desarrollo y la maduración, como resultado de la adaptación a diferentes etapas y aprendizajes, y que ello importa estados de conflicto significativos. La violencia forma parte de la vida social y la agresión es una forma de comunicación con el otro, y si no se interpreta adecuadamente, esa demanda implícita puede exacerbarse y aumentar de intensidad hasta convertirse no solo en actos violentos, sino en la forma natural de relacionarse.
La curiosidad ilimitada de la niñez, la intemperancia adolescente y el ímpetu juvenil, son emergentes naturales y esperables, pero que deben tener su contrapartida, es decir, tienen que encausarse sabiamente a través de la contención, la autoridad con idoneidad, la disciplina y el modelo virtuoso a seguir, para que la evolución del individuo y la resolución de cada crisis desde la niñez, esté sustentada sobre bases imprescindibles para el posterior desenvolvimiento como adulto sano: Conocimiento del propio cuerpo, Autonomía y Calidad emocional con una estructura psíquica fuerte pero flexible.
La desnaturalización del concepto de familia, el ritmo acelerado, la indiferencia social y la educación tal y como se la concibe hoy en día (sobre todo en los países menos desarrollados), ponen en un brete de dudosa resolución al logro de los objetivos planteados.
Solo en el terreno deportivo, vemos que en la mayoría de las actividades, el objetivo de ganar, y ganar a costa de lo que sea, prima sobre todo lo demás, tanto como no aceptar la derrota bajo ningún punto de vista. No hablemos ya de principios lúdicos o valores éticos.
En contraposición, las artes marciales tradicionales inculcan la no necesidad de plantear las cosas en términos de ganar o perder, aunque debo, no obstante, hacer una salvedad, porque no se puede ignorar una fuerte corriente deportiva en muchas organizaciones de artes marciales que se alejan claramente de esta premisa; se alejan de las raíces y desvirtúan el cometido de sus orígenes.
Cuando los adultos se quejan por la falta de respeto o por las conductas delincuenciales que se observan en muchos menores, primero tendrían que confrontarse con su propia imagen especular y luego deberían darse cuenta que en realidad, lo que ellos están pidiendo, son límites, porque los límites los ayudan a crecer y a madurar, ellos lo saben instintivamente, por eso desean y necesitan que se les pongan límites, están en el vital proceso de búsqueda de su propia identidad, es necesario que se les diga hasta dónde pueden llegar (sin que esto sea dogmático), y se les predique además, y esto es básico, con el debido ejemplo en las conductas, por parte de los mismos adultos que se quejan, y por eso hablo de imagen especular. Es erróneo decir que los chicos están así porque no tienen nada que hacer. Es infructuoso navegar por los extremos, bien dejándolos a su propia merced, bien llenándolos de actividades para colmar las carencias, cuando muchas veces son las características de las mismas actividades las que las profundizan.
Con el debido fundamento, puede afirmarse que el estudiante de artes marciales tradicionales aprende cosas básicas para vivir y ser alguien mejor como persona desde el primer día en que ingresa al dojo –sala de práctica-. Allí lo primero que recibe como instrucción, es una lección de humildad, inclinar la cabeza, no cuestionar. Aprende respeto por la autoridad de alguien, sin tener en cuenta su condición social o envergadura física.
Claro que la relación con el Sensei –el instructor- en occidente no es la misma que en oriente, pues allí, el respeto por un Sensei es notorio en cualquier lugar y no se circunscribe a un dojo. En oriente un Sensei es un educador, es alguien que enseña y forma, y como tal se lo considera.
Un instructor de artes marciales transmite sus enseñanzas justo frente a sus estudiantes, no se remite solo a las palabras, se involucra en lo actitudinal y gestual. Al no estar tras un escritorio, se compromete directamente y aun con el paso de los años y en edad avanzada, continúa buscando la perfección, por ello el estudiante no solo desea tener la habilidad técnica y el conocimiento de su Sensei, sino que además quiere parecerse a él, pues este le imbuye toda su personalidad, que compromete en el acto de enseñar.
Es normal que en el proceso de aprendizaje, el estudiante no comprenda muchas cosas, se enfrente a la frustración y se queje, también es esperable que a veces crea que ha entendido y se le muestre que está equivocado. Aquí es donde la autoridad con idoneidad correctamente ejercida enseña Disciplina, que lleva a la Constancia, que naturalmente desarrolla la Paciencia y el Respeto. Cuando ante el requerimiento, el estudiante demuestra el dominio de una técnica o situación en particular –logro absolutamente personal-, se coteja con sus pares, con los más avanzados o con el novicio y de pronto entiende. Toma conciencia que ahora sabe lo que no sabía, aceptando que no sabe muchas otras cosas y reconociendo que otros saben más. Todo este proceso en el que aprende a valorar el sacrificio, le genera Autoestima y Seguridad en sí mismo.
Este es un largo trayecto que lleva a los estudiantes de artes marciales por un camino difícil, espinoso, pero que si lo recorren con dedicación y apoyo de los adultos, podrán construir un cuerpo sano y vital y una mente fuerte y clara. Este esfuerzo, sin embargo, no debe culminar en la sala de práctica, sino que ha de continuar en la rutina diaria poniendo en práctica las virtudes incorporadas, y así estarán bien orientados hacia la consecución del objetivo último, que es: “El conocimiento de sí mismos”, máxima victoria a la que alguien puede aspirar.
Trascendiendo los aspectos técnicos, y lejos de los héroes estereotipados y superhombres invencibles, el auténtico poder de las artes marciales reside en forjar en cada individuo, un espíritu inquebrantable, una mente normal, sin prejuicios, una conducta ética y un corazón abierto y bondadoso. Todos estos valores son los que logran marcar.