La raíz de la sabiduría


Introducción (La raíz de la sabiduría)

Antes de avanzar sobre los temas específicos que componen este trabajo, creo oportuno hacer mención a dos asuntos que abundarán con frecuencia a lo largo de las páginas, uno es La Sabiduría y el otro es El conocimiento de sí mismo. A ambos, pido al lector se acostumbre, pues he de volver recurrentemente y en distintas formas, a riesgo de redundar, pero con la finalidad última de no dejar dudas en cuanto a la interdependencia de tales conceptos y su influencia en casi todas las acciones de la vida de una persona.

La sabiduría es más fácil de nombrar que de definir, y vemos que si bien sus acepciones: ‘grado más alto del conocimiento’, ‘conducta prudente en la vida o en los negocios’, ‘conocimiento profundo en ciencias, letras o artes’, son claras, aun así, parecieran no reflejar en su justa medida los atributos que se pretenden para alguien que la posee. Es posible que ello se deba a que ya desde el inconsciente uno entiende a la sabiduría como algo superior, mayor de lo que las simples palabras pueden describir.

Una primera y rápida vinculación es con el término Filosofía, que etimológicamente equivale a ‘Amor por la sabiduría’. Filo, del griego Philéo ‘yo amo’ y Sophía ‘sabiduría’, ‘ciencia’. Pero a ese amor sapientiae, como lo llamaba Pitágoras, no hay que confundirlo, pues no implica per se, sabiduría, en todo caso identifica o determina el camino de preparación que recorren quienes estudian filosofía. Es el medio que utilizan algunos Philósophos (los que gustan de un arte o ciencia), que puedan tener interés o tendencia a convertirse en sabios, o sea, en una persona prudente, juiciosa y sensata. En la Conclusión de su Historia de la filosofía (Casaubon, 1994:286 y s) dice: “Podemos llegar a una verdadera definición real de la filosofía con el P.S. Rámírez, O.P.: ‘La Filosofía es la sabiduría humana, que contiene en sí implícitamente todo lo verdadero y lo bueno que puede alcanzar natural o humanamente el hombre, conociendo y obrando’. Pero si admitiéramos una diversidad por ahora inevitable entre ciencia y filosofía, la definición de la última sería: el conocimiento cierto de todas las cosas, a la luz de la razón, por las causas primeras o últimas”.

La sabiduría rebasa generosamente los límites del estudio y la razón y se entronca con aspectos anímicos profundos, con lo esotérico que yace en el propio ser, y por ello tiene una relación directa con el mayor desafío que una persona puede enfrentar: El conocimiento de sí mismo. Yo diría que el summum bonum (el supremo bien, el último objeto de todo esfuerzo racional), sería, paradójicamente, exceder la razón para poder ingresar en el terreno del conocimiento interior, sin el cual no llegaremos a la raíz de esta gema preciosa.

En síntesis, si la elocuencia en la retórica no implica sabiduría, si las canas indican vejez pero no sabiduría, entre tantos otros ejemplos, podemos agregar que la aspiración a conseguirla tampoco se acota a una vida dedicada al estudio, por más amplio alcance que este tenga, sin embargo, el estudio y la lectura (necesarios pero no suficientes) abren la mente, lo cual hace posible que nos demos cuenta dónde buscar realmente.

Ahora sí, después de esta breve disquisición, vienen en nuestra ayuda la comprensión, la intuición y luego la comprensión intuitiva, lo opuesto al intelecto y a la razón (nuevamente) como herramientas básicas para vivir, porque vivir es ensayar permanentemente, y en el ensayo uno divaga, reflexiona, prueba, medita, o se lanza hacia adelante irreflexivamente, y vuelto en análisis, todo se convierte en una auténtica aventura del pensamiento.

El audaz propósito de comprender la vida y actuar en consonancia con el funcionamiento de todo el Universo (en esto reside la raíz de toda actitud y comportamiento sabio) es un asunto que podría acaparar nuestra atención por alrededor de….toda la vida. Vivir intentando, es, justamente, lo que hace todo aquel seducido por una propensión natural hacia la búsqueda de entender las cosas que nos pasan y que pasan en general en esta gran aventura de vivir. Y en relación con ello, André Maurois dijo: “(…) Al juicio de Mme. de Choiseul, que acabamos de citar, es preciso oponer el de otra dama: la Emperatriz Eugenia. Voltaire…-decía- Ah, yo no le perdono que me haya hecho comprender cosas que no hubiera comprendido nunca” (Voltaire, 2003: 24 y s) (1).

Para algunos, el interés (la tentación) es tan grande que hasta podrían especular con la idea de volverse anacoretas, creyendo así contar con más posibilidades en la, para nada pequeña, pretensión de alcanzar por lo menos una comprensión mínima sobre ciertas cuestiones que no por mucho nombrarlas tenemos claras. El alma, el destino, amor, dolor, mente, cuerpo, deseos, ilusiones, confianza, honor, familia, muerte, longevidad, ideales, moral, y cantidad de palabras que sólo por repetirlas en voz alta dispararían una serie de interrogantes que nos mantendrían ocupados por largo rato, hasta que nuestra paciencia diga suficiente y pase a otra cosa, por supuesto, y cuántas veces, sin haber encontrado una respuesta satisfactoria.

Mal que nos pese, hay que admitir que desafortunadamente la infinita sabiduría universal que diariamente converge sobre nosotros (aunque no nos demos cuenta) para esparcir su halo, pocas veces halla terreno fecundo, pues de lo contrario habría cada vez menos guerras, menos odio, menos violencia, menos opresión y cualquier otra forma de destrucción del hombre por el hombre mismo.

No es difícil relacionar este tema con los profusos y profundos escritos legados por grandes pensadores griegos y otros tantos sabios orientales, antiguos y modernos, no obstante, mi expectativa es por demás razonable y alcanza sólo el nivel de un anhelo humilde, al tratar de esbozar en mí lenguaje, el del vulgo, algunas sensaciones que unas veces en tropel y otras en lenta decantación, simplemente me van sucediendo en mi devenir como ser humano. En aras de ser pragmático, considero indispensable navegar por la vía del medio, descartando los extremos absolutos de mis apreciaciones, cuestión en la que el éxito no es moneda corriente.

Mi vocación por escribir y mi particular interés por las conductas del hombre y su mayor o menor distancia de lo espiritual, viene de larga data, y he comenzado por hacerlo con temas de directa relación con el budó(2), pues conforma la directriz de mi vida desde hace más de treinta años. Temprano detecté la simbiótica, profunda relación entre la práctica de algunas artes orientales (las artes marciales y el zen en particular) y las cuestiones de la vida cotidiana, sin embargo, como en todo proceso, el factor tiempo es un eslabón indispensable para adquirir calidad y madurez psíquica con la necesaria erudición; necesaria y nunca suficiente. Complementado debidamente con el sacrificio del cuerpo, me permite hoy, reflexionar y esbozar algunos pensamientos propios tanto como acercarme a la razón y juicio de algunas ideas de autores (pensadores) de distintas épocas. Intento en definitiva, conocerme, aproximarme a una comprensión intuitiva de la vida, camino al logro de la sabiduría que esté a mi alcance.

Llegado a este punto me recuerdo, dada mi imaginación frondosa y muchas veces irreverente, que no soy un intelectual universitario ni un filósofo de insondable sapiencia, apenas un autodidacta declarado (pero no conforme) y un irrecuperable ratón de biblioteca. O como decía el grande y polifacético Leonardo da Vinci: Omo sanza lettere (3), ironizando acerca de su educación no formal.

Traigo entonces a colación mi biblioteca, refugio atemporal e ilimitado, pasaporte de extraordinarios viajes al ayer y al mañana. Sé que no es el hábitat sublime donde se disputan lugar los autores más calificados (sólo algunos) que, como sería de esperar, no estarían ausentes en un

intercambio dialéctico entre doctos cuyas citas puntillosas seguramente acabarían por acallarme, mas no por abrumarme. Porque un libro es una puerta cerrada sin llaves que incita a ser abierta, y sin embargo, no todos se atreven a trasponer ese umbral y asomarse al espacio infinito de la cultura. Si las fuentes (del conocimiento) se hallan en todas partes, (dentro y fuera de uno mismo) entonces la búsqueda no debe reducirse a un conjunto de hojas impresas o manuscritas, pues como expresaba Rumi, un sabio persa del siglo XIII:

“Buscas el conocimiento en libros:

¡Qué vergüenza!

Eres un océano de conocimientos

oculto en una gota de rocío”. (Rumi 2002: 29)

o el Yogi Haribar Baba, de Katmandú: Para comprender la verdad, las palabras e incluso los libros, son de muy poco valor.

En oriente, los maestros de la Vía sostienen desde siempre que la tarea lleva toda la vida, y adhiero a ello con convencimiento, sabiendo que cada uno hace y elige (como puede) su camino. “En cualquier caso, como seres humanos, es esencial para cada uno de nosotros cultivar y pulir nuestro camino individual” (Miyamoto Musashi 2006: 42) (4).

Más allá de la elección que cada uno haga, hay pilares insoslayables de considerar: un cuerpo sano, una mente clara, un espíritu fuerte, un comportamiento recto y un adecuado sentido de la realidad; que pueden lograrse por medio de: actividad física regular, lectura cotidiana, meditación (o por lo menos un buen rato de silencio y soledad cada día) y vivir acorde con principios fundamentales mínimos: nobleza de corazón, sencillez, valor y honestidad. Todas las facetas son necesarias para hallar el equilibrio y huelga decir que no es una faena cómoda, pues si lo fuera, gran parte del mundo no estaría debatiéndose a tientas en una nebulosa de disgregación social, egoísmo, desamor y codicia.

Cada uno de los aspectos en la formación personal, integra la vía hacia el autoconocimiento, aun más allá del contexto, porque es posible tener las mismas apetencias (necesidades) espirituales sea que uno se aísle en el Tíbet, se interne en un templo en Yokohama, o viva en un departamento en una gran ciudad. Todo depende de uno mismo.

Las formas y las herramientas varían según la personalidad y la tendencia individual, lo que se ve influenciado por la cuantiosa información disponible y la innumerable cantidad de bibliografía existente. Los libros de autoayuda, relatos de experiencias, métodos para vivir mejor, para vivir más, para ser rico, para mejorar la energía personal, para ser un ganador en el deporte, etcétera., inundan las librerías y alimentan a una sociedad cada vez mas exitista. Aquí debe tenerse en cuenta que los métodos parciales nunca son la mejor elección, por el simple hecho de carecer de una visión integral del ser humano.

Al buscar la sabiduría oculta en mi interior, puedo filosofar acerca de interrogantes comunes: ¿quién soy? ¿para qué estoy? ¿de dónde vengo? ¿cuál es el sentido de la vida? ¿hay otras vidas?, propios de la naturaleza humana. Y persistiendo en ello, voy haciendo y descubriendo un camino…

Daniel Antonio Spinato

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