Hay que tener mucho cuidado al recibir elogios o alabanzas personales. Sucede cuando alguien nos ensalza demasiado, y nos ubica en un sitial de privilegio enumerando nuestras virtudes y agigantando nuestra vanidad.
Seamos prudentes para no caer en la fácil tentación de alimentar nuestro ego. Dejemos que corran esas palabras de adulación y se alejen de nuestra mente lo antes posible. No vaya a ser que cuando llegue el baño de realidad, nos golpee fuerte el peso de la desilusión y veamos que el tamaño que ocuparon tantas palabras elogiosas, no es ni siquiera un céntimo del inmenso vacío que deja el desengaño.
Por el contrario seamos precavidos cuando somos vituperados o mal juzgados por nuestras conductas.
¿Qué contenido moral subyace como sustento en la vida de aquel que con desparpajo se atreve a emitir juicios sobre mi, sin siquiera tener idea quien soy en realidad?, y como podría tenerla, si apenas yo me conozco.
No dar mayor entidad a todo lo bueno ni todo lo malo que digan de nosotros, es una forma de no entrar en un torbellino emocional sin sentido.
Por tanto, más vale disfrutar del justo respeto por uno mismo, antes que penar luego por las alabanzas o el descrédito perverso de los brutos.