Aunque cueste creerlo, el hombre moderno, comparado con el hombre primitivo, tiene muy pocas discrepancias en lo que hace a su conducta dentro de la sociedad. Hoy la diferencia grande y fundamental es la alta tecnología que el ser humano ha desarrollado en muchos campos de la ciencia, sin embargo en lo que respecta a su evolución espiritual, moderación de sus comportamientos, y formas de resolución de los conflictos, es tan rudimentario y primitivo como el más viejo de sus congéneres.
La vestimenta es lo de menos. Antes, taparrabos y pieles de animales recién cazados, hoy trajes, pantalones de jean o vestidos de alta costura no pueden disimular al primate que llevamos dentro, cuyas acciones distan, además, de tener objetivos elementales y esperados, como la supervivencia. En cambio, la codicia, el egoísmo y la maldad los han reemplazado como una muestra de evidente contraposición entre los logros de un cerebro altamente tecnológico y una mente con escaso desarrollo espiritual.
Esta, como casi todas, no es una verdad absoluta, pero salgamos a la calle y observemos con algo de ecuanimidad la realidad de un día cualquiera.