EL CONTRATO MORAL.

Sobre la cuestión moral, José Ingenieros escribió conceptos tales como:
“La moralidad se renueva como la experiencia social”.

            “Ningún viejo catálogo de moralidad contiene preceptos universales o inmutables”.
“El sentimiento de una obligación moral no es categoría lógica ni mandamiento divino; existe como producto de la convivencia y engendra sanciones efectivas en la conciencia social. La vida en común exige la aceptación del deber por cada individuo y el respeto de sus derechos por toda la sociedad”.

Prima facie podemos acordar que la moralidad no puede ser dogmática porque en cada época las personas adaptan sus conductas en función de relaciones sociales que siempre están en permanente cambio. No es lo mismo referirse al costumbrismo en la Edad Media, que hacerlo sobre principios del siglo XX, o en la actualidad. Los tiempos cambian, las sociedades del mundo pueden tener distintos comportamientos en la misma época y sus conductas asentarse en principios muy diferentes.
Al hablar sobre la moralidad estamos hablando de un conjunto de normas de conducta y convivencia, ligadas íntimamente a la ética. La conducta ética y el comportamiento moral se van formando a través de hábitos y costumbres que generan determinados patrones en cada individuo.

Es dable entender entonces las controversias que suelen producirse a partir de conceptos como “bueno”, “malo”, “indebido”, “prohibido”, “injusto”, “honestidad”, “amor”, “traición”, “fraude”, “fidelidad”, “confianza”, “libertad” y una innumerable lista de palabras que de por sí son motivo de variadas interpretaciones.

No obstante lo dicho, cuando hablamos de contrato moral no pretendemos ceñirnos a un tiempo histórico en particular, sino a los principios que habitan en dicho concepto. La fuerza del contrato moral reside en la fuerza que otorga el consenso voluntario de los implicados. Nadie está obligado a formar parte del mismo si no tiene la voluntad para hacerlo.

En otras palabras, cuando dos personas, o un grupo de personas se comprometen en pos de objetivos comunes, cuál sería el motivo para violentar el contrato moral, faltando a la verdad, omitiendo o rompiendo la confianza del otro o de los otros, cuando no se tuvo obligación ninguna de comprometerse.

En algunas épocas de la historia, la palabra se sellaba con sangre y su valor en algunas sociedades era más sólido que una firma en un papel.
En las sociedades modernas, el contrato moral se ha transformado en un bien casi en desuso y la palabra ha perdido su verdadero valor como pacto de honor.

Lo que finalmente pareciera quedar claro, es que la ruptura de un contrato moral entre dos o entre varios desnuda las miserias con las cuales convivimos día a día.

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