Por Daniel Spinato
Un koan zen propio de la escuela Rinzai, plantea: ¿Dónde estás una vez muerto, incinerado y con tus cenizas esparcidas por todas partes?
Plantearse incógnitas es parte de la naturaleza humana, por lo tanto, no debemos ser pocos los que tarde o temprano hemos sentido la inquisidora necesidad de saber sobre determinados temas que hacen a nuestra existencia. Entiendo al cuestionamiento interno como algo esencial que va más allá de la respuesta buscada, pues una pregunta puede tener una o varias respuestas, o quizás ninguna.
- ¿Será posible que cada uno de nuestros actos forme parte de un dominó individual en el cual nosotros colocamos apenas algunas piezas, pero otras son ubicadas por otras manos, y aún más, que pensemos en una traza, y esas otras manos la alteren sin que podamos hacer nada?
- ¿Una vida sincrónica y armoniosa, es reductible a una cuestión ligada al coeficiente intelectual, a la inteligencia emocional, al azar como concepción de la vida, al karma o a la inmutabilidad de un destino personal?
- ¿Es posible que los destinos individuales de una familia trasciendan el tiempo y conserven las mismas características a lo largo de generaciones?
- ¿Tiene (la tabla que flota en el mar a la deriva), un destino prefijado de antemano, siendo que la misma no ejerce ningún tipo de influencia en su trayecto?
- ¿No sucede a veces, que pareciera que la vida simplemente nos lleva prescindiendo de nuestra voluntad?
- ¿Puede el ser humano por acción y decisión propias transformar su esencia, al punto tal de templar las condiciones de su aparato psíquico, en contraposición con lo que dicta la memoria de sus genes?
- Considerando nuestras características ¿Podremos comprender y aceptar que aunque las preguntas sean sólo el medio, las respuestas no configuran el verdadero fin?