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CUANDO PASAN LOS AÑOS (Publicado en Revista Maestros: marzo 2009)

Me ha pasado, de encontrarme con algún conocido que hace tiempo no veía, incluso adultos que han sido alumnos míos cuando eran niños, y que al verme e intercambiar saludos, me han preguntado si todavía continuaba practicando y enseñando.

Desde luego, es normal la pregunta cuando hace tiempo que uno no ve a alguien en particular, sin embargo es bueno reflexionar sobre el tema, dado que tratándose de artes marciales, la cuestión de la permanencia y continuidad tiene una vital importancia.

Es esperable que un estudiante deje la práctica por distintos motivos, pero en el caso de los instructores, no es lo mismo. En general, entendemos que quien se dedica a la enseñanza de artes marciales tiene vocación por la docencia, por transmitir lo que sabe, al tiempo que intenta seguir aprendiendo, y en concordancia recordamos la frase de Séneca: Homines dum docent discunt (los hombres mientras enseñan aprenden).

Dedicarse a la enseñanza implica un compromiso con mayúsculas, que una vez asumido se hace carne a medida que pasan los años. En los comienzos llevamos adelante la tarea con toda la dedicación, al tiempo que nos mantenemos en forma, física y técnicamente, porque sin duda, la imagen especular que nos devuelven los estudiantes, aunque no es lo más importante, juega un rol significativo en la propia autoestima y en nuestro desarrollo. En tal sentido, los estudiantes son un excelente acicate para no dejarse estar. El instructor muestra sus virtudes en el acto de enseñar y transmite una impronta que suele dejar huellas en los educandos.

Somos, quienes nos dedicamos a la enseñanza, un modelo a seguir, un patrón inspirador de conductas que van modelando cuerpo y mente de estudiantes y discípulos, si tenemos suerte de hallar alguno de estos últimos.

A medida que pasan los años, acumulamos experiencias, pero aparecen los compromisos institucionales, el rol de dirigente ocupa tiempo, los desenvolvimientos deportivos toman distancia, tanto como el sacrificio del cuerpo. Los entrenamientos personales se van espaciando, la intensidad de los mismos disminuye notoriamente y poco a poco el comportamiento frente a la clase se va convirtiendo ostensiblemente más teórico cada vez. No me refiero desde ya, a quienes cuentan con 75 u 80 años de edad, sino a una apreciable cantidad, que apenas si pasaron los 45 o 50 años.

Justo en la mejor edad, diría yo, pues si en 75 años de vida (promedio), apenas llegamos a conocernos, ni que hablar antes de ello.

Que el camino del karate-do (en mi caso) como el de otras artes marciales tradicionales, esté plagado de piedras, es un atributo que deberíamos agradecer, pues nos recuerda permanentemente lo poco que hemos avanzado y lo mucho que nos queda por recorrer.

Mantener en el tiempo la alegría y el entusiasmo del entrenamiento en solitario, la exploración de los límites físicos y mentales, fortalecimiento, elongación, técnica básica, kata, trabajo aeróbico y anaeróbico y todas las cualidades necesarias para un artista marcial, es el único camino que mantiene en vigencia a un instructor y le permite sostener una integridad ética que lo define como artista marcial. De nada valen los pergaminos (para aquellos que los tienen) cuando estos se muestran antes de tiempo, de nada sirve apoyarnos en lo que fuimos, o en lo que hicimos y basar nuestra enseñanza en las mejores anécdotas del pasado, ante los ojos curiosos de nuestros alumnos; de nada sirve pensar que se achicó el cinturón, cuando en realidad nos creció el abdomen. Lo más importante de un instructor de artes marciales, es poder sostener en el tiempo, la coherencia de su mensaje.

Claro, cuando uno tiene más de 50 años y gran parte de su vida está armada, o al menos con un rumbo determinado y cierta estabilidad, entran a tallar una serie de cuestiones mentales a las que debemos enfrentar, y nos preguntamos, ¿Para qué el sacrificio de entrenar toda la semana a esta altura de mi vida? y así, las situaciones o interrogantes se nos presentan simplemente como una de las tantas piedras en el camino.

Si tuviera que pedir algo de la vida a mí mismo, es que no me abandone la fuerza de voluntad para poder seguir transitando el DO. La vida es corta, quizás demasiado corta, y las artes marciales tienen tanto para ofrecernos para el crecimiento mental y espiritual y la salud de nuestro cuerpo, que es una auténtica picardía dejar pasar el tiempo sin aprovecharlo. Y como me gusta decir siempre, progresar en un arte marcial, es entrenar todos los días, todo los años que podamos. Cada día que no entrenemos, es como ir en un bote remando contra la corriente. Si no remamos, ni siquiera permanecemos en el lugar, sino que retrocedemos a gran velocidad.

 

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