Por Daniel Spinato
Busco afanosamente el objetivo de mi vida y mi cerebro, implacable inquisidor, me devuelve el interrogante: ¿Acaso crees que tienes un objetivo en la vida? ¿por qué no te das cuenta que la vida tiene un objetivo para ti?
Y surgen otras preguntas: ¿Qué hago aquí? ¿para qué estoy? ¿quién fui? ¿quién seré?
A veces estoy entusiasmado, optimista, otras, cansado y abatido y siento el agotamiento de quien quisiera hacer un alto en la misión que le ha tocado (ha elegido), aunque no tenga plena conciencia de haberlo hecho.
Pero entonces ¿qué hay de otros con una tarea mucho más ardua que la mía? A veces suelo estar en disconformidad con mi vida o la de aquellos ligados a mí y en ocasiones me siento agobiado por el peso de haber tomado decisiones incorrectas y siento la necesidad de pedir perdón por mil vidas mal vividas y por ésta, aún no concluida.
Pobres de aquellos a quienes amo sin saber amar.
Duele aprender a vivir. Tan complicado y tan natural.
Amarguras y alegrías, aciertos y errores, virtudes y pecados, la vara propia y la ajena, lo justo y lo injusto, equilibrio y desequilibrio; el yin y el yang, tan elementales como inseparables. No son pocos los instantes en que dejo volar la imaginación y me deshago en inquietas elucubraciones sobre lo que de mí habrá sido en otras vidas, pero en tal indagación no ansío la perfección, sólo me busco a mí mismo. A través de dicha búsqueda anhelo ser libre y para serlo debo atravesar todas las experiencias; si lo logro estaré mas allá de todas ellas y al hacerlo me liberaré de toda atadura.
En el comienzo seguí las huellas de aquellos que fueron mejores, de los preclaros, de los justos, en cambio ahora voy tras sus anhelos y deseos. Buscar lo que ellos buscaron andando mi propio camino, disfrutando los deleites y abriendo mi corazón al sufrimiento. Quiero vivir una buena vida y extender sus beneficios a quienes quieran recibirlos, sin pretensiones, sin demandas, sin promesas. Los ojos desde las alturas, sé que me observan, a mí, uno más en el gran conglomerado de la atribulada y multitudinaria especie humana. Al mismo tiempo, también sé que soy uno, indivisible, individuado, único e irrepetible, que camina descalzo por uno de los mil senderos posibles para encontrar el espejo.