Por Daniel Spinato
El amor está sentado en el cráneo
de la humanidad,
y ríe en este trono el profano
con risa desvergonzada.
(Charles Baudelaire)
¿Será, como decía Hannah Arendt (2007), el amor, uno de los hechos más raros en la vida humana?, (…) que dada su propia naturaleza, no es mundano, y por esta razón más que por su rareza no sólo es apolítico sino, quizás la más poderosa de todas las fuerzas anti políticas humanas.
Puesto en la prosa o en la poesía, en el drama o en la comedia, el amor ha sido y es, objeto de análisis por excelencia de parte de las mentes más agudas en la historia pasada y presente de la humanidad, quienes han emitido juicios tan dispares como geniales y controvertidos. En el plano de la individualidad, el amor entre dos personas puede desaparecer, desvanecerse en una agonía sin tiempo o en un instante de tormento. El amor empero, nunca desaparecerá de la tierra porque anida en cientos y cientos de millones de almas bondadosas que constituyen el gran corazón del mundo humano.
Pero, ¿a qué amor nos referimos?
Podríamos hablar del amor entre un hombre y una mujer, generado y alimentado por una verdadera mezcla química que se relaciona con la pasión y el romanticismo, el apego e incluso a veces la locura, como el amor entre dos amantes, en cuyo medio no hay intersticio suficiente más que para un hijo; del amor que se profesa a hijos o hermanos, que tiene que ver con la protección, con la herencia; del amor por el prójimo, que se relaciona con el consuelo, la dedicación, la ayuda desinteresada y la bondad hacia los desamparados, los niños y los ancianos; es éste el que se desgaja de la compasión (la humanidad) y el desprendimiento, es el amor virtuoso que se caracteriza por la ausencia de individualismo. Ante la gran diversidad, hay que pensar que el camino de la dedicación, la solidaridad y entrega no es una cualidad de todos, pero aun así no se agotan las posibilidades de actuar con amor hacia los semejantes, ya que este se demuestra en las actitudes, en las conductas y acciones concretas. Es ese algo que, trascendiendo su intangibilidad se vuelve tangible al manifestarse (ausente o presente) en la acción de los actos cotidianos; quien no tiene compasión por un animal difícilmente sea una buena persona y mucho menos podrá experimentar la fuerza vital del amor por sus congéneres. He aquí lo evidente de la acción ante la ausencia de amor.
También mencionemos al amor propio, que como dice Voltaire (2003) “es una herramienta para nuestra conservación y por ello, similar al mecanismo de preservación de nuestra especie. Nos gusta, pero debemos disimularlo”. En cambio Aristóteles decía: “Dudase si conviene amarse a sí mismo más que a ninguno otro, porque a los que a sí mismos se quieren mucho todos los vituperan, y como por baldón, les dicen que están muy enamorados de sí mismos.”
Mucha aflicción produce darse cuenta que gran parte de la humanidad no ha tomado conciencia de la poderosa herramienta que tiene a su favor. Me gusta pensar entonces que para el sino de nuestra especie quizás está ordenado un contagio masivo de amor y compasión como semilla de una nueva civilización que esparcirá el desprendimiento, erradicará el egoísmo, la violencia y el desinterés en el bien común.
De esta manera podremos darnos cuenta que el amor es fuerza y altruismo, paz y generosidad, seguridad y esperanza para todos; vasto en sus alcances, se resiste a ser sujeto incluso por las palabras más bellas. Pero somos seres humanos y encasillamos, estructuramos, clasificamos, y el amor no escapa a estas conductas. Sin embargo, bastaría tan poco para definir al amor en silencio. Entre las personas una mirada de amor excede la fuerza de mil palabras. En la naturaleza se respira un amor universal y por ello, los aturdidos se pierden el placer de ver y sentir. ¿Quiénes son esos que, vapuleando la insuperable armonía del medio natural, ponen la música al más alto nivel, privándonos de tanta belleza en un simple día de campo? Por eso son aturdidos; atolondrados que se pierden el placer de experimentar el amor universal de madre natura. Si tantos son indolentes frente al amor que se desprende de las muchas bellezas existentes bajo el azul del cielo, si son incapaces de sucumbir ante ellas que no tienen defectos, ¿qué amor podrían dispensar a sus pares?
Al amor hay que sentirlo y dejar que se exprese libremente, sin ataduras ni atavíos. Y esto nos lleva a considerar el darle otra mirada, porque después de todo no olvidemos que el amor es también causa y origen de las conductas más diversas; así, el pesimismo determinista de Schopenhauer (2001): “(…) quiebra los vínculos más sólidos y elige por víctimas ya la vida o la salud, ya la riqueza, la alcurnia o la felicidad; que hace del hombre honrado un hombre sin honor, del fiel un traidor, y que parece ser así un demonio que se esfuerza en trastocarlo todo, en destruirlo todo.”
Y casi en consonancia, Baudelaire (1998) escribía: “(…) y ríe en este trono el profano con risa desvergonzada”. Y no es para menos, cómo no se va a reír, si basta detenerse por un instante a pensar en el poder infinito que el amor tiene sobre el frágil ser humano, pues a diferencia de otras pasiones, es exclusivamente en el amor y su vínculo indisoluble con la reproducción que descansa ineludiblemente el futuro de las otras generaciones de nuestra especie.