Muchos son los aspectos que hacen del karate y las artes marciales en general, disciplinas sumamente especiales. Uno de ellos es la relación que se establece entre el estudiante y el maestro, que si avanza en el tiempo, puede transformarse en la relación entre un discípulo y su maestro.
Claro que ambos deben reunir ciertas condiciones como para ser considerados un discípulo y un maestro, pues el rol que cada uno desempeña es trascendente tanto para el uno como para el otro.
Maestro, no es aquel que cree haber llegado a la cima de la sabiduría, sino quien siendo plenamente consciente de lo que le resta por aprender, tiene la virtud, la paciencia y dedicación necesarias para brindar lo que sabe con el mayor respeto hacia el que vino a adquirir conocimientos y por otro lado, el discípulo es un caminante que quiere sacarse el polvo de la imperfección y la ignorancia, mostrando esa necesidad, más nunca mostrándose él completamente. Ambos, maestro y discípulo transitan un sendero enriquecido por el mutuo intercambio de sus disímiles experiencias, y sin embargo, el maestro sabe de la condición inexcusable, capaz de mantener la relación o de destruirla irremediablemente, y esa condición es la fidelidad.
Por ello, es tradición que cuando alguien se inicia en un arte marcial, con un maestro, no lo abandona, porque hacerlo sería cortar las raíces que sustentan ese árbol que juntos han sembrado y cuyos frutos alimentan permanentemente el camino de otros discípulos deseosos de recibir instrucción.
Es posible, no obstante y llegado el tiempo justo, incursionar en otras artes con el objeto de ampliar las fuentes del saber, pero nunca se corta el hilo de nuestra procedencia, pues sería renunciar a nuestros propios orígenes.
Un maestro de artes marciales suele llevar una pesada carga, que le posibilita guiar al discípulo por el justo sendero, pero tal vez fracasar en el intento, no logrando que su guía haya sido lo suficientemente clara y poderosa para que el discípulo mantenga el camino.
Quienes brindamos enseñanza nos preguntamos muchas veces el porqué, ¿en que hemos fallado, que factores no tuvimos en cuenta, o, acaso nos faltó la sensibilidad necesaria para poder construir una conexión empática con el estudiante? Pero debemos aceptar que sería muy simple trabajar sobre un alumno bueno y dedicado, de buen espíritu y corazón, al que sólo haga falta eliminarle los detalles sobrantes, tal como el escultor hace con la roca para obtener su obra y entonces, en nuestro afán por transmitir fielmente los preceptos filosóficos y éticos de las artes marciales, a veces olvidamos que el mayor desafío es guiar al descarriado, pues, que tarea sencilla resulta de la otra manera.
Es aquí donde cabe preguntarse si estamos teniendo en cuenta todos los aspectos inherentes a la formación básica y elemental del futuro artista marcial, no sólo la técnica, sino la tradición, la etiqueta, el respeto y la asimetría en la relación instructor estudiante, asimetría que permite conservar adecuadamente el orden y la jerarquía necesaria en la clase y en el trato cotidiano entre los pares y entre estos y los de mayor graduación.
En este sentido, en algunos casos es posible observar que las relaciones entre estudiantes y entre estos y el instructor, se relajan hasta el punto en que es difícil darse cuenta que se trata de artistas marciales, sino fuera por la indumentaria que los delata.
Por otra parte, las relaciones interpersonales entre estudiantes de distinta graduación e instructor o maestro, no se circunscriben únicamente al recinto del dojo, pues en muchas ocasiones, sea por reuniones, cursos o torneos, los grupos se juntan, o viajan, lo cual puede establecer un acercamiento mayor, que no siempre preserva las distancias necesarias, quebrando en más de una oportunidad los códigos de conducta que mantienen intactos los principios de respeto dentro del arte marcial.
Al ocurrir esto, se pierde la asimetría en la relación maestro estudiante y luego, todo lo que se predique tendrá un vacío ético y filosófico, que contrastará con una realidad diferente. Esto es responsabilidad de los instructores, cuando al favorecer la ausencia de disciplina, flexibilizan las normas al punto tal que las líneas se tornan demasiado difusas si se quieren poner los límites.
Reprender y corregir al estudiante es muy importante, pero difícil cuando no damos el ejemplo. No hay que olvidar que, maestro y estudiante andan el mismo camino, pero hay una distancia entre ambos, y cuanto más se acorta esa distancia mayor es el riesgo de perder la objetividad mínima e indispensable para guiar o ser guiado.
Debemos esforzarnos mucho al enseñar, siendo lo más equilibrados posibles, pero sin desconocer que cada ser humano tiene una raíz y una personalidad y si hasta cierto punto podemos ser artífices de nuestra propia vida, es en vano cargarnos con la responsabilidad de los actos de los estudiantes, cuando estos exceden nuestro alcance.
Así, la mejor herramienta que tenemos a mano es nuestro ejemplo y el respeto incólume por las tradiciones marciales, solamente así aumentan las posibilidades de tener éxito en nuestro derrotero y forjar artistas marciales íntegros y probos. Al amparo de estos conceptos, tal vez no sobren los maestros, aunque abunden los estudiantes.