ARGENTINA, UN PAÍS QUE YA NO TE ENAMORA

Argentina País No Enamora Políticos Valores

Por Daniel A. Spinato / Escritor – Artista Marcial

Hubo tiempos en los cuales vivir en Argentina despertaba sentimientos muy diferentes a los actuales.  Como todo país, su historia ha estado siempre jalonada de claroscuros en los cuales destacaron momentos buenos y otros no tanto, pero que formaron parte del derrotero común a la mayoría de las sociedades a medida que estas se desarrollan, algunas evolucionando otras involucionando.

Estabilidad social, revueltas en rebeldía, recesión económica, inestabilidad política, crecimiento económico, son todos aspectos que hacen al desenvolvimiento de una sociedad humana que se nutre de una diversidad manifiesta de identidades. Porque es necesario comprender que si cada ser humano es único e irrepetible con una identidad definida, las sociedades que están conformadas por multiplicidad de seres humanos, también tienen una identidad que las caracteriza.

Hay sociedades que, aun conservando las individualidades que las conforman, se distinguen por un denominador común. Este es, que más allá de las diferencias personales y por encima de las mismas, se encuentran los intereses de la nación.

Argentina se distingue desde hace muchas décadas, por no cumplir con ese requisito fundamental que hace a la identidad de un país.

Sentir amor por el terruño, amor por la patria implica una necesaria afinidad entre los habitantes que solidariamente respetan sus diferencias en pos de un interés nacional y colectivo que representa el sentimiento patriótico de todos los ciudadanos de bien, hombres y mujeres capaces de reflexión histórica y abstracción política. Una nación no solo supone semejanza de costumbres, raza, idioma o sujeción a un mismo gobierno, sino que requiere de una conjunción simultanea de fuerzas morales que provengan del seno mismo de la sociedad.

Tristemente, gran parte de la sociedad argentina adolece de valores éticos y suficiente fuerza moral para preservar los intereses de la patria por sobre los personales, por el contrario, se destaca por una fuerte degradación de sus normas sociales que tiene poco parangón en el mundo. No importan los escenarios, desde Ushuaia a la Quiaca, pareciera ser que una gran pátina de asquerosa inmoralidad se ha adueñado de amplios sectores de la sociedad, que finalmente terminan nutriéndose, como carroñeros, de los restos que van quedando de lo que alguna vez supo ser una gran nación.

Políticos, sindicalistas, miembros del poder judicial, empresarios sin escrúpulos, muchos convertidos en millonarios enquistados en el poder al mas crudo estilo feudal, simbolizan la vergüenza que tantos argentinos sentimos al experimentar dolor y frustración por no poder cambiar el rumbo de la historia de nuestro querido país.

Por eso Argentina ya no enamora, por el contrario, desilusiona y nos interpela ante la creciente y manifiesta corriente de argentinos de bien que abandonan o desean abandonar el país que los vio nacer en un éxodo silencioso. Porque ya es imposible sostener una vida normal, ni en lo laboral, ni en lo social, ni en el ámbito de la salud y mucho menos en lo educativo. Generaciones de niños, adolescentes y jóvenes que no han tenido la experiencia de ver a sus padres trabajar o de asistir a una escuela en condiciones, con docentes honestos y probos que no los adoctrinen, y que se dediquen a instruir, pues para eso están allí.

Hombres que han pasado la mitad de su vida trabajando, llorando por la pérdida de todo por lo que han luchado, madres que han perdido a sus hijos frente a una sociedad cada vez más violenta y descontrolada. Ámbitos laborales desnaturalizados e insufribles por la ausencia de meritocracia.

Argentina ya no enamora, no seduce, no atrae, porque se ha convertido en un país tan corrupto que expulsa a lo mejor de la sociedad, a aquellos que aun en la mayor desesperanza prefieren ser extranjeros en tierra lejanas, antes que vivir sometidos a la indignidad, al maltrato, a la injusticia, a la indiferencia y al vilipendio, sin saber, no, si habrá un mañana mejor, sino si habrá un mañana.

Porque cada uno en su comunidad de pertenencia tiene la terrible desgracia de conocer cantidad de delincuentes bien vestidos, de insostenible y desatinado discurso, que por obvias razones incumplen con el vital precepto que reza que “respetar la justicia es deber del hombre digno aunque para ello tenga que elevarse por sobre las imperfecciones de la ley”, como decía José Ingenieros. Caterva  de imbéciles que osan llamar ideales a sus apetitos transitando el país a diestra y siniestra.

Ver a esta gente por la calle o en las pantallas es un hierro candente que profundiza las heridas y gesta sentimientos incompatibles con el buen accionar, provocando ira en las entrañas y poniendo a prueba nuestros sentimientos y emociones más nobles.

Los argentinos vivimos la pandemia que azota a la humanidad desde fines de 2019, pero también deberíamos pensar que en este país vivimos una prolongada enfermedad social para la cual aun no se ha encontrado la cura y cuyas consecuencias se están manifestando cada vez con mayor virulencia.

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