Por Daniel Spinato
Conversando con un discípulo luego de una agradable sesión de zazen, le esbozaba el siguiente pensamiento: La vida tiene la singularidad de un paisaje desértico, no por la aridez, sino porque el mismo tiene, tal cual sucede con la vida de las personas, una línea rectora que marca el destino individual.
Si uno observa la imagen de un desierto, podrá ver que existe una coherencia general dentro de una variabilidad curiosamente inalterable. Las dunas, son capaces de mantener su forma y ubicación, tanto como de mutar en más grandes o más pequeñas, e incluso desaparecer en un corto lapso de tiempo. No obstante, esto no altera el paisaje, la línea rectora que hace que ese desierto sea lo que debe ser por un factor tan externo como propio.
Así es la vida de los seres humanos, cambiante, mutante, suma de experiencias y alternancias, pero en definitiva, vista en perspectiva, es factible apreciar que toda ella está determinada por una gran coherencia entre nuestros actos, sus resultados y los factores ajenos a nosotros, aunque a veces parezca absurdo. Y cada vez que nos tomemos el tiempo y a conciencia observemos nuestra vida personal retrospectivamente, habremos dado un paso adelante en el camino hacia la comprensión de muchos de los interrogantes que tantas veces nos abruman.