Por Daniel Spinato
Muchos están convencidos que estamos atravesando otra crisis económica de magnitud, y ello se pone de manifiesto en la innumerable cantidad de economistas de todas las orientaciones que exponen su visión al respecto.
Para mi la verdadera crisis que nos agobia no tiene que ver fundamentalmente con la economía. En rigor de verdad, la debacle económica, que es notoriamente palpable y siempre golpea a los más débiles, no es otra cosa que la consecuencia de una realidad social que se viene agigantando desde hace décadas.
Esta realidad está signada por una severa enfermedad del tejido social, que acucia síntomas agudos de violencia, falta de educación y disciplina y ausencia de solidaridad. En síntesis, si la moral y la conducta ética de un pueblo y los representantes que lo gobiernan está enferma, es imposible esperar buenos resultados en cualquiera de los aspectos que hacen al funcionamiento y desarrollo de un país.
No es lógico echarle la culpa a condiciones externas sino que es necesario hacer un profundo mea culpa, por los graves desatinos que han provocado las decisiones tomadas. Basta salir a la calle para ver como funciona una sociedad anómica y a partir de allí comprender porque estamos como estamos.
Aprender de los errores, tanto propios como ajenos, es un buen comienzo para aceptar la necesidad de un nuevo rumbo, de otras maneras de comportarse, de aceptar que la libertad no puede ser irrestricta, de respetar al prójimo entendiendo otros puntos de vista aunque no los compartamos.
Una sociedad en su conjunto es el reflejo de muchas individualidades, que aun con sus grandes (y necesarias) diferencias, determinan el destino de una nación. Si el camino hacia ese destino nos lleva siempre a transitar por una peligrosa cornisa que mantiene en vilo nuestro día a día, es entonces necesario reflexionar y pensar que si no hacemos un cambio verdaderamente profundo, nada cambiará de aquí en adelante y los pequeños cambios serán sólo maquillaje, algo superficial que apenas modifica el exterior dejando el interior en igual condición.
La justicia y la política tienen una misión superlativa en el destino de una nación y si cada uno de sus miembros actúa con rectitud, a través de actos razonables y justos que tiendan al bien común, sin ceder ante las presiones o pensando en sus mezquinos intereses personales, los resultados serán beneficiosos para el conjunto, incluyéndolos a ellos mismos. He ahí que su debilidad moral o ceguera por las ambiciones particulares, no les permite vislumbrar que también ellos serán en uno u otro momento, receptores de aciagas consecuencias.
Cuando una persona se extravía moralmente provoca efectos nocivos en su entorno, pero si además es funcionario público, esos efectos tienen una entidad mucho más perniciosa.
Creer que uno lo sabe todo, pensar que estamos en condiciones de emprender cualquier tarea sin reconocer nuestras limitaciones es una notoria falta de educación y sentido común que acarrea nefastas consecuencias en todos los órdenes. Por otro lado, haber tenido la posibilidad de lograr una buena educación y solvente tránsito académico, pero comportarse contrario a las normas, es un acto de deshonestidad que desnuda una soberana muestra de mediocridad y pobreza interior.
Yo quisiera vivir en un país diferente, en donde se conserven todas las individualidades en beneficio del conjunto ya que es la diversidad humana la que enriquece a una sociedad. Un país que me cuide porque yo lo quiero, porque es mi terruño, es mi patria, mi lugar y el de mi familia.
Quiero aceptar las diferencias, escuchar y ser escuchado, aceptar que hay otros más aptos, con mejores condiciones y tratar de superarme merced a mi propio esfuerzo, sin prebendas ni ventajas.
Una nación tiene que contenernos a todos, con educación y orden, donde impere el mérito y la autoridad con base en la idoneidad, tiene que brindarnos herramientas y oportunidad para que nos desarrollemos dejándonos mostrar nuestra osadía para alcanzar metas superadoras y generar condiciones de vida digna que estimulen nuestro ardor y voluntad por el trabajo en busca de la mayor felicidad posible.
Reflexionemos sobre el hecho de que si cada crisis es una nueva oportunidad, ya hemos perdido demasiadas.