Por Daniel Spinato
Manso el tiempo resta las últimas horas de la tarde
en tus venas de articulado cemento
cuando comienzan a brillar tímidamente
los fanales y el neón que nos dejan contemplarte.
Transitan las almas en su prisión terrena
con mirada celosa y alígero paso.
Cuántas historias que contar y memorias que guardar
si tuvieran tiempo y no tuvieran miedo.
Ya no eres la que eras y tampoco lo que anhelo
porque aun siendo la misma ya nada es igual.
Melancólica tristeza de dichas perdidas
cobijada al sosiego del crepúsculo tardío.
Evocación de antiguas jornadas
de gastar la suela en la vereda
la mirada distante y un ideal de novela,
fantaseando un amor, fabulando una trama.
Tiempos nuevos de temer tras mi hombro
la mirada furtiva y el ataque artero.
Asisto ahora al trueque engañoso
del antes libre y vivaz correteo
de niños brincando en cada juego
por madres de gesto nervioso.
Alertas los sentidos, intentan adivinar
el lazo funesto del canalla agazapado.
En invocación plena y permanente
tus brazos de acero y cemento alzas
regalando al cielo luces como alabanzas
cuando las sombras dicen presente.
Brazos guardianes de misterios renovados
que escudriñan y no duermen ungidos por el miedo.
Bañada de luna y estrellas con esplendor
la sangre urge las sienes nerviosas
que apuran pupilas ansiosas
oteando al mañoso y astuto malhechor.
Me detengo y te miro, sediento de ver,
como la primera vez, como la última vez.