Por Daniel A. Spinato
Nada mejor que las situaciones extremas, o aquellas que aumentan el estrés en corto tiempo y sin solución de continuidad, para ver de qué estamos hechos y como reaccionamos.
Hoy la mayor parte de la humanidad está sometida al azote desatado por el coronavirus y si bien no es la primera pandemia que golpea al mundo, si podemos decir que es la primera que ocurre en un mundo globalizado en el cual las noticias circulan de un punto a otro del planeta casi al instante, algo que tiene un efecto adicional.
Cuando suceden hechos de esta naturaleza de una forma tan generalizada es posible observar las conductas emergentes de las distintas sociedades del mundo y estudiar las reacciones y comportamientos cotidianos que finalmente nos permiten entender a grandes rasgos, la diversidad humana más allá de nuestros límites. Qué decisiones toman los líderes de otros países, cómo responden esas sociedades ante la emergencia, cómo reciben las consecuencias y que alternativas estudian frente a una enfermedad que no respeta fronteras, ideologías, religión ni clases sociales, es decir, una enfermedad que nos iguala como especie desde todo punto de vista.
Finalmente somos cuerpo, mente y alma, objetivo de una invasión microscópica que puede abatirnos de manera más rápida y contundente que la peor arma que pueda generar la tecnología militar.
Hay distintas opiniones respecto al origen del coronavirus, desde las más simples ya conocidas hasta conspiraciones, fallos de laboratorios y varios etc.. Sin embargo, eso no es lo importante, pues lo que en verdad pone de relevancia la situación actual es nuestra calidad de seres muy vulnerables.
Dicho esto, es interesante ver como cuando el ser humano es sometido a presiones a las que no está acostumbrado, en general muestra la esencia que lo constituye y ello tiene una directa relación con su conducta. Entonces podemos apreciar que aunque una enfermedad afecte a muchas sociedades, la reacción de las mismas es diferente pues la naturaleza de las personas que forman esas sociedades es distinta y ello tiene consecuencias en el efecto que una pandemia tiene en cada país.
Un virus o una bacteria no distingue, como ya hemos visto, y un cuerpo humano tiene tantas posibilidades de enfermarse aquí como en cualquier nación de la tierra, pero ello no habla solamente de nuestra vulnerabilidad como individuos sino también como sociedad, pues las sociedades mejor preparadas suelen sufrir menos que las que están frágiles y con sistemas de salud deficientes para hacer frente a una amenaza importante.
Una de las aristas que reviste particular importancia tiene que ver con el comportamiento social, pues nos permite ver como en estas circunstancias se pone de relieve lo mejor y lo peor de cada persona, desde el altruísmo más dedicado hasta el egoísmo más acérrimo, desde la solidaridad genuina y desinteresada hasta el cinismo y la hipocresía más desatada.
Sociedades verdaderamente avanzadas desde todo punto de vista, también son ferozmente golpeadas por esta peste viral por el simple hecho de ser humanas y pasibles de ser atacadas por enfermedades, pero al tener una alta consideración de los valores de vida esenciales, a diferencia de otros países en los cuales los valores morales y los criterios de obligación y sanción son casi inexistentes (Argentina es un claro ejemplo), los efectos de una pandemia nos desnudan de forma descarada. Así muchos argentinos pueden aplaudir a médicos e integrantes del sistema de salud que aun en malas condiciones arriesgan sus vidas por nosotros y al mismo tiempo discriminarlos por temor a ser contagiados, una expresión grosera de desprecio y obscenidad insolente anidando en el interior de cada uno de esos patéticos ejemplares.
Vemos también con tristeza que algunos argentinos han fraguado documentación para hacerse pasar por miembros de las fuerzas de seguridad para poder pasar por un control sin que los detengan; otros pueden volver de un viaje y contagiar sin miramientos a los que tienen a su alrededor incluyendo a sus familiares; están aquellos que ven con beneplácito que las fuerzas armadas contribuyan en la logística y distribución de necesidades en la población mientras hay quienes quisieran defenestrarlos simplemente porque son militares; y como si no fuera suficiente el presidente de la nación es capaz de poner como persona ejemplar al líder de un gran sindicato, cuando cualquier comunidad seria y respetable lo considera un impresentable al que ningún ciudadano de bien quisiera emular.
Hay sectores de la sociedad que pueden organizar eventos de magnitud y juntar fondos para colaborar con situaciones extremas, pero la realidad es que el mejor resultado se obtiene con el trabajo serio y constante a través del tiempo y no con espasmos de caridad fraternal. Y aunque haya pasado mucho tiempo no nos olvidemos de la gran recaudación de fondos con motivo de la guerra de las Malvinas. ¿Acaso sabemos adonde fue todo el dinero recaudado?.
Esta cuarentena obligatoria y necesaria impuesta por el gobierno a toda la sociedad argentina es sin duda una buena medida de prevención, pero qué sucede con aquellos sectores sociales para los cuales esto es de cumplimiento imposible. Familias hacinadas y personas que necesitan salir porque sino no pueden procurarse el alimento diario.
Este es un país de grandes y marcados desequilibrios en el cual funcionarios del gobierno nacional y provinciales, el sistema judicial, el sindical y el financiero pueden someter a la clase más desprotegida, que son los jubilados, a una afrenta pública sin que les cause vergüenza ni tenga consecuencias. Y ello no ocurre por el coronavirus, es algo que sucede hace demasiada cantidad de años, pues el oprobio hacia los desprotegidos que trabajaron 30 o 40 años no conoce límites en nuestra tierra.
Un funcionario público de mérito, serio y responsable no habría tomado estas medidas que tuvieron amplia repercusión o permitido que se llegue a esa situación y de haber sucedido hubiera renunciado al día siguiente, pero claro, esto es Argentina, donde los valores están abiertamente subvertidos y la vergüenza por el mal actuar es un bien escaso, cuando no ausente.
En términos generales en los últimos 70 años, todos los gobiernos han hecho malas gestiones económicas y pésimas gestiones en políticas sociales, siendo comunes denominadores la corrupción y el ajuste a los que trabajan, nunca al sector político, sindical o financiero, las peores enfermedades de la nación.
En pocas palabras, somos una sociedad que realmente da mucha pena y vergüenza. Alguien podría decir que los que actúan mal son pocos individuos, pero la realidad es que son muchos mas de lo que creemos, pues sino la inmoralidad social no sería tan evidente.
Al que le quepa el sayo que se lo ponga y al que no, que no se ofenda porque el palo no es para el.