Por Daniel Spinato
Cuando alguien llega a la cima del poder suele llevar una vida solitaria, ya que el poder es un lugar cargado de responsabilidades que aísla aun estando rodeado de personas. Por ello se requiere armonía y paz mental para ocupar esos sitiales.
Las leyes de un país tienen que ser claras, concisas y prudentes para que sus beneficios se derramen con equidad en la población, y es por ese motivo que las personas sin la educación adecuada que se involucran en política, no pueden generar políticas efectivas y correctas. Aun así es frecuente que muchos mediocres alcancen el éxito en la lucha por el poder, ya que son ellos quienes mejor sirven a los mediocres que suelen estar en los gobiernos.
Un buen líder debe tener habilidades que pueda transferir, ser creativo e innovador, ser capaz de analizar con objetividad, tener educación, cultura y férreos principios éticos y morales. Ser funcionario público en cualquiera de sus niveles implica el desafío de ser un ejemplo al hablar y al comportarse sin perder la coherencia entre el decir y el hacer, mostrándose íntegro y capaz de tomar decisiones hábilmente, y siempre, supeditar los intereses personales a los de la Nación.
No obstante, no es para nada común esperar una gran reflexión al respecto por parte de muchos de aquellos que se dedican a la política.
Una de las formas más sencillas de comprobar la veracidad de estos conceptos es el poder verificar que en términos generales, en los países más corruptos, los ciudadanos de probada idoneidad y capacidad intelectual y profesional en sus áreas respectivas, que además mantienen un elevado concepto de la honestidad y el comportamiento ético, no se involucran en política.
No lo hacen, no por desidia o desinterés en el bien común o en el de su ciudad, provincia o nación, sino porque muchos de ellos entienden que es un esfuerzo estéril luchar en un campo en el cual la honestidad y la probidad no son valores a considerar seriamente, asumiendo como un hecho que la arena política es el sitial donde suelen alcanzar la mieles del éxito aquellos habitantes de poco mérito.
