
Por Daniel Antonio Spinato
No escribo desde el enojo, sino desde la tristeza de ver cómo la política perdió toda dignidad. A veces uno ya no espera milagros, solo un poco de decencia.
Comparto esta reflexión personal, nacida del cansancio, pero también de la esperanza.
La política argentina entre la desilusión y la esperanza
A veces pienso que la Argentina ya no puede vivir en democracia.
Suena duro, pero cuando uno ha visto de cerca cómo funciona el poder, la desilusión se vuelve una forma de lucidez.
Intenté hacer política, con buena fe, creyendo que era posible cambiar algo desde adentro.
Pero pronto entendí que la política, en este país, es un pantano: quien se detiene, se hunde.
La corrupción no es una excepción: es el sistema nervioso del poder.
La justicia, que debería ser ejemplo, se ha transformado en una olla podrida que habría que vaciar y volver a llenar de gente proba.
Y la educación, ese pilar que alguna vez sostuvo el sueño de progreso, hoy se desangra en aulas vacías, presupuestos raquíticos y docentes que enseñan sin esperanza.
De los gobiernos anteriores poco queda por decir: los resultados están a la vista.
Pero lo que duele es comprobar que, pese a todo, el cambio que muchos esperaban no llegó.
El actual gobierno representa una etapa distinta, pero no necesariamente mejor.
El presidente confunde autoridad con agresión, firmeza con provocación, y su modo de expresarse —marcado por la descalificación y el exabrupto— erosiona la dignidad del cargo.
El país necesita un estadista, no un provocador.
Y cuando la máxima autoridad desprecia el respeto, el decoro y la prudencia, el deterioro del ejemplo se vuelve contagioso.
Tras más de un año y medio de gestión, la sociedad sigue siendo la más perjudicada.
La política, la justicia y el sindicalismo continúan intactos.
¿De qué sirve bajar la inflación si es a costa del ciudadano común?
No hubo una baja real de impuestos, y el llamado “déficit cero” se convirtió en un dogma vacío: ningún país desarrollado vive sin deuda.
Antes que imponer un ajuste brutal, el gobierno debería haber fijado prioridades y comprendido que el equilibrio fiscal no sirve de nada si se logra destruyendo el tejido social.
Tener deuda es normal; lo anormal es robar, mentir o premiar la incompetencia.
Democracia, honestidad y educación como pilares para reconstruir el país
Quizás no falte democracia; lo que falta son demócratas.
Gente que no se venda, que no negocie su conciencia por un cargo o un privilegio.
Tal vez el país aún tenga salvación si volvemos a creer en eso:
en la honestidad como forma de resistencia, en la palabra como trinchera,
y en la educación como el único acto verdaderamente revolucionario.
Mientras alguien siga pensando así —aunque sea una sola voz entre el ruido—, todavía habrá esperanza.
Si te interesa profundizar sobre ética pública y transparencia, te recomiendo leer este análisis en Transparency International.

